Hace
aproximadamente un año, en Diciembre, tuve la suerte de encontrarme con un
precioso piano de media cola en uno de los pasillos del Quicentro Shopping, en
aquél que queda justo a la salida del nuevo Librimundi. Siguiendo una vieja
costumbre de músico ambulante me acerqué a él, levanté la tapa lentamente, y
comencé a tocar. Poco a poco los curiosos visitantes se reunieron alrededor del
piano. Celebraban y cantaban junto a mí las melodías que alegremente
interpretaba. No obstante, después de la tercera pieza musical, Un guardia de
metro ochenta de alto, con tolete en mano se acercó, bruscamente tomó la tapa
de las teclas y la cerró de un golpe contra la fina madera del teclado.
El temblor
fue inquietante, un sonoro mix acústico de notas discordantes sonó fuertemente
acabando con la apacible música mientras rostros de reprobación y tristeza se
veían formarse en el público. El inocente piano, resentido por la fuerza del
guardia, mostró su desagrado con una larga rajadura sobre su tapa mientras
gemía de dolor.
“No se
puede tocar este piano” dijo el guardia, “se desafina”. En ese momento, con un
profundo dolor en el alma por el golpe que había recibido tan fino instrumento,
me alejé de él y regresé, algo decepcionado, a mi casa.
Hace pocos
días descubrí feliz la gran sorpresa, el magnífico piano estaba una vez más en
el pasillo del Quicentro, sin embargo, por su seguridad, me limité a observarlo
a lo lejos. Una comparsa navideña se exhibía, uno de los duendes, asombrado por
mi penetrante mirada al piano, se acercó. “Ven, toca un par de temas mientras
atendemos a los niños” me dijo. Yo como si del mejor regalo se tratara, me
acerqué emocionado y comencé a tocar. La tapa estaba levantada, oculta en el
cuerpo, como debía ser. Las teclas se mostraban ansiosas ante mis manos
temblorosas de emoción. Cuando estuve a punto de entonar los primeros compases,
un guardia, quizá el mismo, se acercó nuevamente, no obstante esta vez se
limitó a decirme desde la distancia “no puedes tocar el piano, se desafina”. “Él
sabe tocar, es para la comparsa” dijo el duende intentando solucionar la
situación, sin embargo el guardia me levantó y me alejó del instrumento
cerrando la tapa con exagerada suavidad.
Fue en ese
momento en que vi lo que había ocurrido. El magnífico piano que un año atrás
deslumbraba con su elegancia y belleza había sufrido de sobremanera la
injustificada cólera del guardia. Tenía no solo una pequeña cuarteadura, sino
que toda una parte de la tapa se había desprendido, además toda la estructura
se había separado del mueble, por lo que la taba flotaba sobre las teclas
descentrada y destruida.
Que pesar
sentí en ese momento, seres inanimados con alma, destruidos por capricho y
abuso de autoridad. No por juzgar pero si por hacer un juicio de valor he de
decir que la gente debería informarse un poco antes de actuar. La prepotencia
que les da a algunas personas el uniforme es demasiado grande para caber en él.
Un piano, que por lo general se desafina cuando no es entonado, ha de sufrir
las terribles consecuencias, y así, entre cafés, toletes y tarjetas de créditos,
es como muere, un día más, la cultura en el Ecuador.